quarta-feira, 30 de novembro de 2011

tortura

TRF livra militares de ação por tortura Folha




Tribunal diz que crimes da ditadura prescreveram; um dos réus foi apontado por Dilma como autor de maus-tratos



Procuradoria pedia que ex-agentes da Operação Bandeirante fossem obrigados a devolver patente e aposentadoria



BERNARDO MELLO FRANCO

DE SÃO PAULO

O Tribunal Regional Federal da 3ª Região (São Paulo) decidiu que os militares acusados de torturar presos políticos na Oban (Operação Bandeirante) durante a ditadura não podem mais ser condenados porque seus supostos crimes já prescreveram.



A decisão beneficia quatro ex-agentes do regime. Entre eles está o tenente-coronel reformado Maurício Lopes Lima, que foi apontado como torturador pela presidente Dilma Rousseff em depoimento à Justiça Militar, em 1970.



A Procuradoria Regional da República recorreu ontem ao TRF contra a decisão. No processo, os réus negaram a participação em maus-tratos.



O Ministério Público Federal pedia que os militares fossem responsabilizados na esfera cível, já que a Lei de Anistia livra os ex-torturadores de qualquer condenação penal.



A ação pedia que eles fossem declarados responsáveis por maus-tratos a 20 presos políticos, incluindo Dilma, e obrigados a devolver a aposentadoria e a restituir os cofres públicos por indenizações a vítimas do regime.



Para a Procuradoria, os militares ainda poderiam ser condenados com base no tratado que criou o Tribunal Penal Internacional, assinado pelo Brasil. O documento considera imprescritíveis os crimes contra os direitos humanos, como a tortura.



Ao julgar o caso, a 6ª Turma do TRF se amparou na decisão do STF (Supremo Tribunal Federal) de manter a validade da Lei de Anistia, em abril do ano passado.



"Não reconhecendo o STF a aplicação do referido tratado sobre os crimes de tortura (...), não existem fundamentos para afirmar que os seus efeitos civis possam ter repercussão", escreveu o relator do processo, o juiz federal convocado Santoro Facchini.



De acordo com o magistrado, a ação não apontava a tortura como "fato ocasional ou delimitado", e sim como "prática sistematizada e institucionalizada" da ditadura.



O voto foi aprovado por unanimidade na sessão de 27 de outubro, e a decisão foi publicada no último dia 10.



Segundo o Código Civil, os crimes descritos em ações civis públicas como esta prescrevem em até dez anos.



O Exército instalou a Oban em julho de 1969 na rua Tutoia, no Paraíso (zona sul).



Quando os nomes dos réus apareceram na lista de torturadores divulgada pela OAB (Ordem dos Advogados do Brasil), em 1975, o órgão já não operava mais.



MODELO



No livro "A Ditadura Escancarada", o jornalista Elio Gaspari descreve a Oban como "instituição modelar de repressão" do regime.



Por isso, esta ação era considerada uma das mais importantes do grupo de trabalho Memória e Verdade do Ministério Público Federal, que investiga crimes da ditadura.



Atuaram na Oban alguns dos principais acusados de torturas no período, como os majores Waldyr Coelho e Bernoni Albernaz e o delegado Sérgio Paranhos Fleury.



A Procuradoria processou quatro remanescentes do órgão: os militares reformados Homero César Machado, Innocêncio Beltrão e Maurício Lopes Lima e o ex-capitão da PM João Thomaz.



A ação se baseou em documentos dos órgãos de espionagem e no livro "Brasil Nunca Mais", organizado pela Arquidiocese de São Paulo.



A obra cita o depoimento em que Dilma aponta Lima como torturador. Em 2009, ela disse à Folha que o militar não a torturou, mas "entrava na sala e via tortura".





sábado, 26 de novembro de 2011

Estado de exceção economica permanente










Estado de excepción económica permanente









¿Expertos o políticos? - No solo alarma que se impongan Gobiernos técnócratas, sino que todos los Ejecutivos actúen como tales









JOSÉ MARÍA RIDAO 26/11/2011





















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En Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt consideró como "desesperados intentos de escapar a la responsabilidad" las múltiples ideologías que, desde mediados del siglo XIX, pretendieron encarnar "las claves de la Historia". El fantasma del comunismo recorriendo Europa, como después lo harían los del fascismo y el nazismo, eran la referencia implícita en la expresión "múltiples ideologías" que utiliza Arendt. Desmoronado el comunismo y derrotados militarmente el fascismo y el nazismo, se podría pensar que Europa estaba, por fin, libre de fantasmas. Y, sin embargo, durante las últimas semanas uno nuevo habría empezado a recorrerla a consecuencia de la crisis del euro y de la deuda soberana. Primero en Grecia y después en Italia, el fantasma de la tecnocracia ha hecho su aparición. El Gobierno de ambos países, cuya gestión económica ha fracasado, se ha visto desplazado por equipos de especialistas que han contado con el voto mayoritario de los respectivos parlamentos.

































Los primeros









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En regímenes democráticos, la legitimidad se obtiene con eficacia





















No parece que esta política esté conduciendo a la salida de la crisis





















La tecnocracia se entendía en Roma como una medida de excepción





















La dictadura clásica se justificaba en la guerra o en cualquier amenaza





















¿Hay que renunciar a la legitimidad democrática por el pragmatismo?





















La responsabilidad no es de los sabios, sino del saber, de la ciencia que aplican









La fórmula, de apariencia novedosa, evoca a través de inquietantes semejanzas una constelación de respuestas a las situaciones de crisis conocidas y experimentadas desde los tiempos más remotos. En la Roma clásica, el Senado contaba entre sus atribuciones la de nombrar a un dictador para hacer frente a dificultades extraordinarias, como era el caso de la guerra. Se entendía como una medida de excepción vinculada a la situación que debía resolver la dictadura, tras la que el propio sistema político preveía el regreso a la normalidad. Los puntos débiles de este mecanismo tenían que ver no solo con la naturaleza del poder, que entonces y ahora tiende a perpetuarse, sino con la determinación del momento en el que debían considerarse superadas las dificultades extraordinarias y en el que, por tanto, debía cesar la dictadura. En teoría, la determinación de ese momento correspondía al Senado. En la práctica, el dictador disponía de no pocos recursos para hacer que las dificultades extraordinarias se prolongasen y para que, ateniéndose a la lógica estricta del mecanismo, también se prolongase su mandato.





















Carl Schmitt tuvo presente el ejemplo de la dictadura romana para elaborar una de sus más controvertidas tesis jurídicas, con la que el ascenso de Hitler se justificaba como estricta aplicación de la Constitución de Weimar. El dictador clásico, lo mismo que el moderno, tenía en su mano prolongar las dificultades extraordinarias por el simple procedimiento de crear otras nuevas, que presentaba como inevitable solución de las que habían aconsejado su nombramiento. Para poner fin a una guerra, el dictador sostenía que era necesario emprender una segunda que acabase de una vez por todas con la amenaza, lo que obligaba a mantener la dictadura. Y, puesto que acabar con esta segunda guerra podía exigir emprender una tercera, y así indefinidamente, el resultado es que el que destila una experiencia larga de siglos: guerra y dictadura son dos caras de la misma moneda. Hacia el interior la dictadura se justifica por la guerra y, hacia el exterior, la guerra se emprende para justificar la dictadura. Sobre este bucle, que puede establecerse partiendo de la guerra pero también de cualquier otra amenaza, sea el terrorismo o una profunda crisis económica, Carl Schmitt construyó la doctrina del estado de excepción permanente, un sumidero por el que la democracia se precipita voluntariamente en la dictadura.





















La razón de fondo que explica este mecanismo, esta voluntaria transformación de la democracia en dictadura, guarda una estrecha relación con la legitimidad que funda en última instancia el poder político. El Senado de Roma que daba la orden de instaurar una dictadura, al igual que el parlamento que declara un estado de excepción como los que teorizó Carl Schmitt, parten del sobrentendido de que su legitimidad y la del Gobierno al que confieren el poder es una y la misma. En realidad, a la legitimidad inicial se añade subrepticiamente otra que es la que acaba fagocitando a la primera. En el caso de los regímenes democráticos que otorgan el poder a un Gobierno de excepción para hacer frente a dificultades extraordinarias, esa otra legitimidad es la eficacia en la consecución del objetivo para el que ha sido nombrado. Si las dificultades a las que tiene que hacer frente el Gobierno de excepción es, por ejemplo, una guerra, el general que lo dirija como especialista en el arte militar obtiene su legitimidad inicial del respaldo que ha recibido del parlamento. Pero a esa legitimidad inicial va añadiendo otra que deriva del hecho de que sea capaz de conducir el país a la victoria, y ahí es donde el régimen democrático se adentra en una zona de riesgo. Si el general es derrotado, su Gobierno cae con él y también el régimen democrático que le concedió el poder. Pero en el supuesto de que consiga la victoria, la legitimidad democrática corre el peligro de quedar devaluada frente a la legitimidad de haber ganado la guerra, frente a la legitimidad del vencedor, del hombre providencial.





















Aunque cargado de menos dramatismo, el argumento sigue siendo válido si, en lugar de una guerra, las dificultades extraordinarias que toma en consideración un parlamento para conceder el poder a un Gobierno de excepción son económicas. Si el Gobierno de excepción fracasa contra la crisis, es el régimen democrático el que fracasa. Pero si logra resolverla, la legitimidad democrática puede convertirse a partir de ese momento en un prejuicio de puristas, en un ensueño benéfico que no resiste el contraste con la realidad y al que conviene renunciar en nombre del pragmatismo o del sentido común. Es precisamente eso, el pragmatismo, el sentido común, o por mejor decir, el espejismo del pragmatismo, del sentido común, lo que ha hecho de la República gobernada por los filósofos, por la aristocracia de los sabios, una tentación irresistible desde los tiempos de Platón, a la que en España sucumbió Ortega lo mismo que, en Italia, Mosca y Pareto. Como también han sucumbido, en fechas más recientes, quienes trataron de justificar algunas dictaduras latinoamericanas, como la de Augusto Pinochet en Chile, por los éxitos económicos alcanzados bajo la influencia de los académicos de la Escuela de Chicago.





















Sabios de la guerra en el pasado o sabios de la economía en el presente, sabios, en fin, de cualquier sabiduría, cuyas decisiones no están inspiradas por el objetivo de arbitrar intereses diferentes y legítimos, que es el sentido último de la política democrática, sino por un saber, por una ciencia que solo obedece a sus propias leyes y para la que la realidad, incluida la realidad social, compuesta por individuos libres, no pasa de ser un simple campo de experimentación. Si el saber, si la ciencia que aplican los Gobiernos de excepción, los sabios de cualquier sabiduría que gobiernan la República de Platón, exige esfuerzos sobrehumanos, si justifica un sufrimiento que haría retroceder de espanto a cualquier dirigente democrático, la responsabilidad no es de esos Gobiernos, no es de esos sabios, sino del saber, de la ciencia que aplican. Cuando, en Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt considera como "desesperados intentos de escapar a la responsabilidad" las múltiples ideologías que, desde mediados del siglo XIX, pretendieron encarnar "las claves de la Historia", ¿a qué se estaba refiriendo sino a esos Gobiernos cuyas decisiones no están inspiradas por el objetivo de arbitrar intereses sociales diferentes y legítimos, sino por un saber, por una ciencia que solo obedece a sus propias leyes?





















Lucas Papademus en Grecia, y Mario Monti en Italia, pueden tener, como sin duda tienen, intachables credenciales democráticas. Pero no es seguro que ni siquiera dos dirigentes con esas credenciales estén en condiciones de garantizar que el procedimiento que les ha aupado al Gobierno no acabe desencadenando el bucle que conduce al estado de excepción permanente que teorizó Carl Schmitt; en este caso, a un estado de excepción económica permanente. Porque, si se demoran los resultados de las medidas contra la crisis inspiradas por su saber, por su ciencia, las dificultades extraordinarias por las que ahora los han investido los respectivos parlamentos serán aún más extraordinarias después, y la prolongación del mandato de sus Gobiernos tecnocráticos sería una respuesta consecuente. La prolongación del mandato con ellos al frente o sustituyéndolos por otros tecnócratas, por otros sabios, pero, en cualquier caso, convalidando un estado de excepción en el que podría resultar más fácil instalarse de modo permanente, al menos mientras dure la crisis, que emprender la marcha atrás, reconociendo el fracaso del sistema democrático para combatirla y abriendo la caja de Pandora de arbitrismos y populismos.





















Las recientes elecciones en España han concedido una amplia mayoría al Partido Popular, que controla, además, la práctica totalidad de las Autonomías y de los Ayuntamientos de las grandes ciudades. La legitimidad democrática que le otorgan estos resultados es más que suficiente para enfrentarse a la crisis económica, y así lo ha reconocido su propio líder, Mariano Rajoy, ya presidente electo, al declararse abiertamente en contra de la formación de un Gobierno tecnocrático. Pero el peligro en estos momentos no es solo que se imponga esa fórmula como en Grecia e Italia, sino también que los Gobiernos democráticos actúen o se vean obligados a actuar como si fueran tecnocráticos. Lo harían si olvidasen que su acción debe estar inspirada, ahora más que nunca, ahora más, mucho más que en los tiempos de prosperidad, por el objetivo de arbitrar intereses sociales diferentes y legítimos, no por un saber, por una ciencia que solo obedece a sus propias leyes y que exige esfuerzos sobrehumanos y justifica todos los sacrificios.





















La política económica de cortos vuelos impuesta por la Unión Europea a los países más expuestos a la crisis del euro y la deuda soberana está obligando, en último extremo, a que los Gobiernos democráticos actúen como si fueran tecnocráticos y, en definitiva, a que en Europa se establezca, con o sin declaración expresa, un estado de excepción económica permanente. A juzgar por los resultados obtenidos hasta el momento, no parece que esa política esté conduciendo a la salida de la crisis del euro y de la deuda soberana. Más parece estar degradando las instituciones democráticas de los países más expuestos, humillando a los diversos Gobiernos nacionales salidos de las urnas y haciendo de la Unión un monstruo político que genera sufrimiento y desafección, no prosperidad y libertades. De persistir en la misma dirección, el fantasma de la tecnocracia que ha empezado a recorrer Europa podría tener efectos tan amargos, tan devastadores como los demás fantasmas que le precedieron.



















segunda-feira, 14 de novembro de 2011

Morin e Bauman

Zygmunt Bauman olham para o futuro


Rumo ao abismo! Ensaio sobre o destino da humanidade, de Edgar Morin. Tradução Edgar de assis Carvalho, Mariza Perassi Bosco. Bertrand Brasil, 192 pgs. R$ 29.



44 cartas do mundo líquido moderno, Zygmunt Bauman. Tradução Vera Pereira. Zahar, 228 pgs. R$ 36.



Por Clarisse Fukelman*



Cartomantes à parte, o futuro é imprevisível e em muitos sentidos ameaçador. Quando se constata que memória e passado perdem espaço para o mito do presente e o descartável; que, sob o nome “rede social”, cultiva-se o contato – mas à distância; que a capacidade inventiva do progresso científico tem a contrapartida da manipulação e destruição, com armas de morte em massa; e que o mercado farmacêutico não promove remédios para curar, mas doenças para medicamentos: face a essa realidade perversa é premente identificar os eixos do desequilíbrio. Há quem veja com bons olhos a comunicação planetária – afinal, a informação circula e quem não se anima ao saber que a biblioteca britânica disponibilizará on line 250 mil livros ou que a internet facilita movimentos populares e organizações como a Anistia Internacional? Por outro lado, qual o impacto real na formação de novos leitores (e não só comunicadores telegráficos) e o que dizer do controle embutido nas tecnologias e da subserviência da vida conectada, que afeta inclusive trabalhadores?



Os temas são objeto de reflexão dos antenados Edgar Morin e Zygmun Bauman, cada um com seus postulados e recortes analíticos. Sociólogos transdisciplinares, demonstram capacidade, sensibilidade e disposição para compreender as novas subjetividades. Embora longe de um passadismo reativo a novos modos de (con)viver, evitam a euforia histérica com o consumo e as “máquinas inteligentes” que têm ensejado em alguns êxtase similar ao culto do belo pelo belo.



Rumo ao abismo?, de Morin, reúne textos sobre Iluminismo, globalização, conflito árabe-israelense etc. publicados na imprensa e em revistas culturais de 2002/07. Com sistema de pensamento construído ao longo de décadas, sonda o futuro: os antagonismos da modernidade atingiram seu apogeu, mas não perde a esperança. Afirma, com dados históricos, que o provável não é o inevitável e que a porta para o improvável está aberta. A sociedade civil planetária não emergiu e a globalização tecno-econômica, embora criando antídotos para a barbárie que ela mesma engendra, se faz acompanhar de crimes. A soberania das nações e a governança imperial norte-americana frustram a criação da sociedade-mundo cidadã. Ele admite muita coisa boa em nosso tempo: obras fortes, criativas; ondas transculturais e sentimentos comunitários transnacionais (cultura adolescente, ação feminista). Mas a mundialização do mercado econômico, sem regulação externa nem auto-regulação, cria ilhas de riqueza e zonas crescentes de pobreza.



O cenário pede não um programa, mas princípios: uma política de civilização que resgate o que foi desprezado pela bandeira de progresso e desenvolvimento (coisas não mensuráveis como vida, dor, alegria, amor) e que engaje uma educação humanista. A criatividade, inibida pela especialização, não pode ficar restrita ao artista e inventor. A educação, como para Paulo Freire, deve ter base ética, com o conhecimento do mundo no centro do aprendizado. Diz Morin: que se restaure a racionalidade – em diálogo com o real desconhecido - e se combata a racionalização.



Bauman, professor emérito na Universidade de Leeds, Inglaterra, é mais conhecido por associar o termo líquido à modernidade e depois ao amor, medo, tempo. Compara a fragilidade atual dos laços sociais a partículas que nunca mantêm a forma. O controle social, antes sólido, localizado, se valendo de instituições como prisões e escolas e sob a tutela do Estado, agora se dá pelo consumo fluido, que submete de forma virtual e anônima. O capital dá as fichas.



As 44 cartas do mundo líquido moderno foram escritas para a revista La Repubblica delle donne entre 2008/9. O título homenageia o poeta polonês Adam Mickiewicz, criador do personagem 44, símbolo de liberdade. Entenda-se também, na referência à carta, um alerta quanto à destruição das solidariedades tradicionais. À moda de Roland Barthes no seu Mitologias, ele analisa a sociedade através de filmes, anúncios e recorre a estatísticas. Numa crônica, Machado de Assis aposta nos algarismos pois dizem as coisas por seu nome, às vezes “nome feio, mas não havendo outro, não o escolhem.” Bauman usa os números como provocação: menos de 20% das crianças londrinas brinca ao ar livre e 26% são obcecadas com o peso corporal; o adolescente mediano gasta ao ano quase 3 mil reais com celulares, MP3 e downloads. Tudo para ser aceito pela galera. Ou: o vício de estudantes por Facebook, consultado logo ao acordar, indica um “modo consumidor” de estabelecer relações.



O círculo é grande. Todas as gerações são vítimas da perda da privacidade e do segredo. Retomando Simmel, um dos fundadores da sociologia, e afinado com o psicanalista Jurandir Freire, Bauman defende que o sigilo (não eterno, como andam querendo homens da vida pública) é uma relação social, que tem sido corroída pela engrenagem da economia global, sem raízes culturais, orientada pelo consumismo (não o consumo). Dinamita-se o sentimento de integração com “mais fortes laços inter-humanos”. Há uma bomba-relógio em rede: ecológica, demográfica, material, existencial e econômica (em desigualdade, Nova Iorque fica em nono lugar no mundo), levando à falta de expectativa de vida para despossuídos, refugo humano. A liberdade restringe-se a poder comprar. O desejo de consumo ronda dramaticamente o não consumidor.



Bauman acerta em quase tudo; às vezes, sente-se falta de maior distinção nos conceitos cultura de massa e popular. E Morin merecia tradução mais cuidadosa. Mas o mais relevante é a forma holística com que ambos pensam a modernidade. Seria limitador enquadrá-los numa das categorias usadas para particularizar o impacto social da globalização. Com conotação de excesso (pós, super ou hiper) ou deslocamento (reflexiva, tardia ou avançada ), há os que apontam a ruptura com a modernidade, pois instaurou-se uma vivência pautada pelo passageiro, e há os que defendem o oposto, já que a modernidade é mesmo uma permanente mudança. Morin e Bauman, com aspectos biográficos semelhantes (experiência do antissemitismo, militância, mudança de país) são humanistas que excedem esse tipo de classificação. Octogenários preocupados com o futuro, apostam na esperança. Através da solidariedade e da revolução pelo conhecimento. Pensamentos em nada twitáveis.



domingo, 6 de novembro de 2011

Domingo, 6/11/2011 El Pais:








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ELPAIS.com> Edición impresa> España ENTREVISTA: ELECCIONES 2011 - Miradas desde el exterior / 2 ULRICH BECK Sociólogo alemán, profesor de la Universidad de Múnich



"La Unión Europea se puede convertir en un monstruo político"



JOSÉ MARÍA RIDAO - Múnich - 06/11/2011







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Firme partidario de la Unión Europea, este experto en análisis de la llamada "sociedad del riesgo" opina que los Gobiernos dedican ingentes recursos a salvar bancos, mientras el paro y la pobreza no tienen el mismo tratamiento







"España es un importante actor europeo porque se trata de uno de los pocos países miembro que ha experimentado lo que significa la libertad como base de la Europa unida", asegura el sociólogo Ulrich Beck (Alemania, 1944). A él se deben algunas de las principales aportaciones recientes al análisis de la sociedad del riesgo y las consecuencias políticas y sociales de la globalización. Firme partidario de profundizar en la Unión Europea, que considera como una concreción del cosmopolitismo, contempla con preocupación los efectos de la actual situación económica y política sobre las instituciones comunes.







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"La crisis ha modificado por completo el paisaje de los problemas"







"Movimientos como los indignados los protagoniza la clase media frustrada"







"El paralelismo con Estados Unidos no vale. No hay una nación europea"







"Merkel cambia de opinión según las necesidades, para mantener el poder"



Pregunta. Debates políticos que parecían cruciales, como la inmigración o el multiculturalismo, han desaparecido de escena.







Respuesta. La crisis ha modificado por completo el paisaje de los problemas. Hace poco tiempo en Alemania se debatía, en una comisión oficial de la que formo parte, sobre la energía nuclear y el futuro de las renovables. Nadie vuelve a hablar del asunto, y esto es algo que tiene que ver con la percepción de los riesgos.







P. Los riesgos, sin embargo, no parecen nuevos, sino los de siempre: paro, recesión, pobreza.







R. Existe una conexión entre esos riesgos y los nuevos; una conexión que han percibido las generaciones más jóvenes en España y otros países europeos. Incluso, en Estados Unidos. Por un lado, los Gobiernos están empleando ingentes recursos para salvar a los bancos y las instituciones financieras; por otro, el paro o la pobreza, por no hablar de la educación o de la inversión en ciencia, no han recibido un tratamiento equivalente en la agenda política. Esta alteración de las prioridades está provocando una pérdida de legitimidad de las instituciones.







P. ¿A eso responderían movimientos como los indignados?







R. No son movimientos protagonizados por los más pobres ni por los excluidos, sino por una clase media frustrada. Constituyen un fenómeno atípico: no parten de un grupo específico ni tampoco responden a una reivindicación concreta; son transnacionales pero, a la vez, no están organizados. Podrían representar un paso importante en la redefinición de la política en un nivel superior al del Estado nación.







P. Es decir, superar lo que usted llama el "nacionalismo metodológico".







R. La democracia parlamentaria es una democracia nacional, por lo menos hasta ahora. En Alemania, por ejemplo, los jueces del Tribunal Constitucional están actuando como euroescépticos al pronunciarse contra algunas decisiones económicas con las que se ha comprometido el Gobierno con el resto de los miembros de la Unión. Creen estar defendiendo la democracia contra Europa, cuando el proyecto europeo está más allá de los planteamientos nacionales.







P. Pero el proyecto europeo no parece tener hoy otro objetivo que salir de la crisis.







R. Dejemos de lado la cuestión de si la gestión de la crisis será o no exitosa. O mejor, pensemos de manera optimista y digamos que sí, que será exitosa. A lo que nos estamos enfrentando, en cualquier caso, es a un cambio absoluto en la manera de entender Europa. La Unión era un espacio donde las decisiones se adoptaban de forma multilateral; ahora, sin embargo, tienden a ser unilaterales, y todas confluyendo en Berlín. La visión alemana de cómo resolver la crisis se está aplicando en un nivel europeo, lo que cuestiona el consenso que alcanzamos hace años. Como alemanes, no queríamos una Europa alemana sino una Alemania europea.







P. ¿En qué se traduce este cambio?







R. Por un lado, genera quejas de España, Portugal, Italia o Grecia, que perciben que su soberanía, o incluso su dignidad, están siendo dañadas. Por otro, molesta a los alemanes, que se dicen que, al final, tienen que pagar por todos.







P. Se afirma, sin embargo, que solo hay una política para salir de la crisis, sea o no la que defiende el Gobierno alemán.







R. Es cierto que la crisis obliga a la austeridad, en España y en el resto de los países. Pero están surgiendo nuevos conflictos en la eurozona que sobrepasan el que existía entre donantes y receptores de recursos. Estos últimos están perdiendo su voz a la hora de tomar decisiones dentro de la UE. Al mismo tiempo, se ha empezado a transmitir la impresión de que no se forma verdaderamente parte de la Unión si no se está en el euro y, como en el caso de los receptores de recursos, se está apartando del proceso de toma de decisiones a los países en esta situación. Si se mantiene semejante rumbo, y aun en el supuesto de que, como decía, la gestión de la crisis fuera exitosa, la UE se puede convertir en un monstruo político.







P. ¿Está en riesgo el proyecto de la Europa unida?







R. Desde hace unos meses, en Alemania existe un consenso, no sólido, pero al fin y al cabo un consenso, acerca de que la salida de la crisis no exige menos Europa, sino más. Creo que este consenso responde a lo que llamo el "imperativo cosmopolita", esto es, la conciencia de que no existe otra alternativa que cooperar o fracasar. Cuando se percibe que el proyecto europeo está en peligro, la inmediata reacción de los partidos políticos es reclamar más Europa. Lo sorprendente, sin embargo, es que nadie sabe exactamente qué significa eso.







P. Y, ¿qué significa?







R. Se tiene una idea confusa acerca de Europa. En ocasiones se habla de los Estados Unidos de Europa como una utopía que debería colocarse en el horizonte, y que tomaría como modelo los Estados Unidos de América. El paralelismo no vale: no es lo mismo una sociedad de inmigrantes, organizada como un único Estado y orientada hacia la idea de nación, que la situación de la que parte Europa. No hay una nación europea ni debería haberla, porque eso sería tanto como entregarse a un nacionalismo de mayor dimensión que en absoluto encaja con las diferencias que existen por historia y por cultura. A menudo, los alemanes pensamos Europa como un Estado federal. Joschka Fisher, un político al que aprecio y del que soy amigo personal, tiene esta visión. Pero existen otras.







P. Tratándose de construir Europa, da la impresión de que no hay diferencias entre derecha e izquierda.







R. En Alemania, no. Adenauer, Kohl eran firmes europeístas. Pero ahora los problemas para cada una de ambas opciones son otros. Los programas de austeridad que todos se ven obligados a aplicar se han convertido en un suicidio político para los Gobiernos, sin importar si son de derecha o de izquierda. Los socialdemócratas en Alemania están a la búsqueda de un programa, mientras que Merkel va cambiando de opinión según las necesidades para mantener el poder.







P. Y, sin embargo, sólo se habla de crisis de la izquierda. Se suele citar el caso de España.







R. Seguramente el Gobierno español ha cometido errores específicos, pero no es sólo la izquierda la que está en crisis. Son también los partidos políticos. Ni la derecha ni la izquierda parecen haber adquirido conciencia de hasta qué punto la seguridad es lo que más importa a la gente de la calle.







P. Tal vez porque no pueden ofrecerla.







R. Se ha manifestado una curiosa paradoja durante estos últimos años, y es que, cuando las instituciones financieras entraron en crisis, su poder no disminuyó sino que se ha acrecentado. Todo el mundo está obligado a hablar el lenguaje económico y a entender lo que ocurre, incluidos los expertos que no supieron prever los acontecimientos. Es imposible escapar a la economía, y de ahí el incremento del poder de las instituciones financieras.







P. Que, además, es un poder transnacional.







R. La democracia está atrapada en una contradicción: permite votar y elegir Gobiernos en un sistema nacional que cada vez pierde más poder en el nivel transnacional. La política es nacional y está nacionalmente organizada, pero los problemas no son nacionales. A mi juicio, ese es el mayor problema político en estos momentos, cómo reinventar el sistema político en el nivel transnacional.







P. Reinventarlo, ¿en qué sentido?







R. Los padres fundadores de Europa fueron extremadamente inteligentes. Dijeron que Europa es, en realidad, una larga crisis, y convinieron en que construirla consistía en identificar siempre el siguiente paso político. En un momento, ese paso fue el euro, por más que ahora no tengamos ni recursos ni ideas para seguir adelante. Pero existe un profundo desfase entre la realidad de Europa que ya estamos viviendo y las instituciones, una realidad más compleja de la que se capta en los debates públicos