O blog de Gargarella traz a introdução da nova obra de G. O´Donnell "DEMOCRACIA, AGENCIA Y ESTADO. Teoría con Intención Comparativa" publicada pelo editorial Prometeo. A introdução sintetiza o pensamento de O´Donnell sobre a democracia. Junta-se, assim, a entrevista de Przerworski no jornal El Clarin de 17 de janeiro de 2011. O cientista político argentino inventaria, na verdade, a sua trajetória acadêmica pontuando a contribuição da teoria política latino-americana. Por último, aponta a necessidade de repensar, hoje, o conceito de democracia.
Guillermo O’Donnell
INTRODUCCIÓN.(*)
I.
Este es un libro de teoría política, sobre varios aspectos de la democracia y el estado, en sí mismos y en sus relaciones. Su punto de partida es mi convicción que esas relaciones son tan importantes como relativamente ignoradas, y que su examen ayuda a dar nuevas miradas tanto sobre la democracia como sobre el estado. El argumento básico es que la democracia, incluso en su versión limitada como democracia política, presupone la concepción del ser humano como un agente que ha logrado, a través de procesos históricos que han variado a lo largo del tiempo y el espacio, el título de ser reconocido, y legalmente respaldado, como portador de derechos a la ciudadanía no sólo política sino también civil, social y cultural. Esta entidad --el ser humano como agente-ciudadano/a-- es el micro-fundamento que enraiza los aspectos empíricos y normativos de la democracia. Ese enraizamiento repercute fuertemente, aunque no siempre de manera visible, sobre la democracia, el estado y sus interrelaciones. Exploro estas repercusiones a lo largo de este libro.
Como indica el subtítulo, el libro es también teoría con intención comparativa. Espero con él abrir camino a disciplinadas investigaciones empíricas y comparativas --las que, me apresuro en advertir al lector, en sí mismas están más allá del alcance de este libro. Este es también un libro moral y políticamente motivado, orientado por la preocupación que despiertan las falencias de las democracias contemporáneas --especial pero no exclusivamente en América Latina— y las crueles realidades sociales que subyacen a ellas.
II
En la década del 50 –siglos ha…-- me recibí de abogado en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Además de conocimientos específicos a esta profesión, estos estudios fueron una manera de aprender algo sobre teoría política en la Facultad de Derecho, el único tipo de institución que en esos tiempos ofrecía algunos cursos relacionados. Pero estos cursos, básicamente de derecho constitucional y comparado, eran en su mayor parte formalistas recitados de textos legales —terriblemente aburrido. Entonces, ya en la década del 60, cansado de ejercer la abogacía, decidí ir a Estados Unidos a estudiar ciencia política. Fui a la Universidad de Yale en 1968, atraído por la constelación de académicos que en esos tiempos allí enseñaban: Robert Dahl, Karl Deustch, Robert Lane, Harold Lasswell y Douglas Rae, entre otros. Además, fue afortunado que ese año llegó a Yale desde Berkeley David Apter, quien se convertiría en mi principal mentor y generoso amigo; también fue muy buena noticia que la partida de Deustch a Harvard fuera más que compensada por la llegada a Yale de otros grandes académicos y futuros amigos, Juan Linz y Alfred Stepan. Privilegiado por ese entorno, algunos brillantes compañeros y una maravillosa biblioteca, me dediqué intensamente a estudiar ciencia política. Esos tiempos, finales de los años 1960, estaban agitados por la guerra de Vietnam y la creciente oposición a ésta en Estados Unidos, los acontecimientos de mayo en París, y otros. Estos fueron también tiempos en los que el enfoque conductista se estaba desvaneciendo y se había extendido la influencia del estructural-funcionalismo y sus aplicaciones a la ciencia política y la sociología política bajo el rubro de teorías de la modernización y del desarrollo político. Fue bueno, para estudiantes de postgrado como yo, que ninguno de los profesores de Yale antes mencionados compartiera estas visiones, con la parcial excepción de Apter cuya propia versión de la teoría de la modernización de todas maneras difería significativamente de la dominante. Esto me dio buenas oportunidades para estudiar y discutir mi interés por el tipo de régimen autoritario que estaba surgiendo en América del Sur, así como mi creencia de que tenía causas y características diferentes a las de los “clásicos” autoritarismos tradicionales y populistas de América Latina, y cómo esto se relacionaba con las tribulaciones de la democracia en esta región. Ese interés fue promovido por Apter, quien había estudiado “sistemas burocráticos” en sus investigaciones en África;1 por Linz, que recientemente había escrito su memorable artículo sobre “Authoritarian Spain”,2 y por Stepan, quien llegó a Yale luego de concluir su tesis doctoral en la Universidad de Columbia sobre los militares brasileños y el régimen autoritario inaugurado en ese país en 1964.3 Estos intelectuales fueron una valiosa fuente de aprendizaje e inspiración. Más tarde, en 1972, publiqué mi primer libro, Modernización y Autoritarismo, gracias al generoso apoyo de Apter como mi mentor y director de la serie que lo publicó en inglés. Denominé a los regímenes emergentes “burocrático-autoritarios” (BA), uniendo las palabras utilizadas, respectivamente, por Apter y Linz, pero definiendo este feo término como un tipo de régimen autoritario específico de los casos de América del Sur de los que me ocupaba. Al hacer esto argumentaba contra dos líneas de interpretación. Una, basada en la teoría de la modernización y el desarrollo político, porque no podía explicar, excepto como extraños casos desviados, el surgimiento de esos autoritarismos en los países más modernizados, industrializados y urbanizados de América del Sur. La otra veía esos casos simplemente como expresión del autoritarismo tradicional o, desde el otro lado del espectro ideológico, como “facismo dependiente y colonial”. Que poco después, en 1973 Chile y Uruguay, y una vez más Argentina en 1976, cayeran bajo este tipo de dominación, fueron desafortunados sucesos que ayudaron a llamar la atención sobre mi libro y las preocupaciones que ahí expresé acerca de la posibilidad de su surgimiento. Continué con este tema y conexos en otro libro, El Estado Burocrático-Autoritario: Argentina 1966-1973, Triunfos, Derrotas y Crisis.4
Menciono estos antecedentes porque quiero destacar algunos puntos relevantes para el contenido del presente libro. Uno es que mis estudios del autoritarismo-burocrático me llevaron al tipo de estado que implantaba este tipo de dominación y a la literatura que en esos tiempos existía sobre el estado. Un segundo punto es que durante esos estudios, mientras vivía en Argentina bajo la versión particularmente despiadada de este tipo de estado inaugurada con el golpe de Marzo de 1976, no cesé de pensar en, y ansiar, su contrafigura, la democracia. El tercero es que cuando comenzaron en América del Sur las transiciones desde el autoritarismo, ya había escrito algunos textos sobre el tema,5 y a partir de entonces me dediqué a estudiar las recién surgidas democracias y, crecientemente, lo que sostengo es la necesaria crítica democrática de éstas y, en realidad, de todas las democracias.6 Esto me llevó a nuevos estudios de teoría democrática, que había comenzado con Dahl y Linz en Yale. El último punto es que estos estudios me ayudaron a reconocer la importancia crucial del derecho para la democracia; así, luego de aproximadamente treinta años de ignorar la teoría legal, me encontré releyendo los teóricos que había estudiado en la Facultad de Derecho. ampliándolas con otros menos formalistas y más contemporáneos.
Estos intereses permean el presente libro: la memoria del autoritarismo burocrático y la convicción de que, pese a las falencias de las democracias existentes, nada podría ser peor que un retorno al autoritarismo; una visión del estado que, además de sus burocracias, incluye, entre otras dimensiones co-constitutivas, el sistema legal; la conclusión de que además del régimen y la ciudadanía política que éste implica, se debe entender que la democracia incluye otras dimensiones de ciudadanía -civil, social y cultural- así como complejas relaciones con el estado en el que se imbrica; y la conclusión de que, aunque la democracia debe ser objeto de cuidadoso estudio analítico y empírico, también tiene una intrínseca dimensión moral. E infundiendo todo lo anterior, mi persuasión de que una adecuada comprensión de la democracia no sólo como conjunto de instituciones y prácticas sino también como poderosa fuerza normativa, exige reconocer que desde sus antiguos orígenes ella se basa en la idea de que el/la ciudadano/a es un agente, un ser dotado de razón práctica y capaz de discernimiento moral. En este libro espero mostrar que esta idea impregna las diversas dimensiones de la ciudadanía, así como también temas básicos para la conceptualización y práctica de la democracia, del estado y de sus interrelaciones.
III.
Una de las lecciones que aprendí en Yale fue que hay valiosos conocimientos disponibles en las grandes instituciones académicas de la parte noroccidental del mundo. Pero también me persuadí de que ese conocimiento no debe inducir a omitir investigar la especificidad histórica de países ubicados en otros lugares del mundo. De hecho, el reciente surgimiento de regímenes que son o afirman ser democráticos ha generado importantes desafíos a las teorías de la democracia prevalecientes hasta hace poco. Para comenzar, existe confusión y desacuerdo acerca de cómo definir la democracia. Algunos de estos desacuerdos son inevitables, pero la confusión no lo es. La necesidad de clarificación conceptual se evidencia por la proliferación de calificaciones y adjetivos anexados al término “democracia”, que ha sido registrada y provechosamente analizada por Collier y Levitsky 1997.7 La mayoría de estos calificativos se refiere a las democracias surgidas recientemente, insinuando las vacilaciones existentes, en la literatura comparada así como en estudios nacionales y regionales, sobre los criterios por los que determinados casos pueden ser o no calificados como democracias.8 La principal razón de estas vacilaciones es que muchas nuevas democracias, y algunas antiguas, en el Sur y en el Este, presentan características discordantes con las que, de acuerdo con las teorías o expectativas de algunos observadores, “debe tener” una democracia. Este supuesto, sin embargo, es problemático si el concepto central en sí mismo no es claro. Como dijo Hart 1961:14 (hay edición en castellano, ver Obras Citadas) “una definición que nos dice que algo es miembro de una familia no puede ayudarnos si sólo tenemos una idea vaga o confusa sobre el carácter de la familia”.9
Además de este problema nos enfrentamos a un tema histórico/contextual. Prácticamente todas las definiciones de democracia son, naturalmente, destilación de la trayectoria histórica y actual situación de los países del Noroeste.10 Sin embargo, las trayectorias y la situación de otros países que hoy pueden ser considerados democráticos difieren considerablemente de los primeros. En este caso, una teoría de alcance adecuado debe evaluar estas diferencias, per se y en tanto pueden identificar características específicas decada democracia, y con ello generar subtipos dentro del universo de casos. Por eso el presente estudio está basado en la opinión de que las teorías de la democracia necesitan ser revisadas, incluso si esto implica pérdida de parsimonia; esas revisiones pueden originar instrumentos conceptuales apropiados para alcanzar una mejor teoría de la democracia (y en consecuencia de la democratización) en sus diversas encarnaciones.
IV.
Quizás la mejor manera de guiar al lector hacia las páginas que siguen es indicar los principales temas que abordo en cada capítulo.
1. Comienzo en el capítulo I con el núcleo institucional de la democracia, el régimen y sus concomitantes, la ciudadanía política y los derechos y las libertades “políticas” ligados a ésta. Allí propongo agregar, a la habitual lista de características de las elecciones, dos no pocas veces omitidas, seguramente porque son consideradas obvias en el Noroeste pero no lo son en otras regiones: que las elecciones democráticas deben ser decisivas e institucionalizadas.
2. Un argumento en ese mismo capítulo es que en el régimen democrático su unidad individual no es el/la votante sino el/la ciudadano/a, entendidos como agentes legalmente habilitados y respaldados. Un tema relacionado es que como portadores de (al menos) libertades y derechos políticos, los/las ciudadanos/as son portadores de personalidad legal, condición que es sancionada legalmente y es independiente, para su efectividad y accionabilidad, de reconocimientos inter-subjetivos. Esta condición subyace a la actual extensión de lo que denomino la apuesta universalista, que expresa el cambio desde regímenes autoritarios y democracias oligárquicas a los actuales regímenes democráticos inclusivos. Asimismo, allí menciono que las fronteras internas y externas de esas libertades son teóricamente indecidibles, algo que debe ser explícitamente teorizado porque ayuda a entender las tensiones, la dinámica y la apertura histórica propias de la democracia.
3. Que el ciudadano/agente sea la unidad individual básica, el micro-fundamento de la democracia, tiene implicaciones que exploro en el capítulo II. Allí sostengo que la democracia contemporánea tiene una gran deuda con una concepción de la agencia humana que tuvo larga elaboración en algunas corrientes de la filosofía moral y la teoría legal. El examen en este capítulo muestra un aspecto adicional, que las “libertades políticas” del régimen son en realidad parte de derechos civiles mucho más antiguos, cuya evolución ayuda a comprender el surgimiento y expansión de las ideas de agencia y su respaldo legal.
4. Otro punto, que primero observo en el capítulo I y prosigo en el capítulo III, es que ya al nivel del régimen encontramos al estado. Un aspecto de esta presencia es ampliamente reconocido por la literatura, el estado como delimitación territorial del electorado. Pero encontramos al menos otros dos aspectos implicados por la propia definición de un régimen democrático: uno, como el sistema legal que sanciona y respalda los derechos y libertades antes mencionados y, segundo, como (al menos) el subconjunto de sus burocracias que actúa de maneras consistentes con la efectivización de dichos derechos y libertades. Estas consideraciones me llevan en el capítulo III a ofrecer una conceptualización del estado, entidad a veces omitida por la teoría democrática o, cuando reconocida, no pocas veces reducida a sus burocracias y a su papel como la mencionada delimitación territorial. En este capítulo sostengo que además de esas burocracias, el estado debe ser reconocido como un sistema legal, como un intento de foco de identidad colectiva y como un filtro en relación con su “afuera”. Sostengo que estas cuatro dimensiones del estado, siempre que sean entendidas como históricamente contingentes, son útiles para su adecuada conceptualización. Prosigo este tema con una resumida discusión del proceso de formación del estado en el Noroeste. Además, en el capítulo III y luego a lo largo del libro, subrayo algunas tensiones intrínsecas entre la democracia y el estado, incluso los estados más democratizados. Estas consideraciones son parte de un argumento general del libro, que las complejas relaciones entre democracia y estado requieren más atención de la que han recibido.11
5. Los estados contemporáneos suelen tener una identidad colectiva como su referente, predicado de diversas maneras como nación, pueblo y/o ciudadanía. Discuto este asunto en el capítulo IV, incluyendo variaciones comparativas observables, especialmente en América Latina.
6. Otro aspecto constitutivo del estado es como un sistema legal que normalmente penetra y contribuye a dar orden y previsibilidad a múltiples relaciones sociales. Discuto esta cuestión en el capítulo V, incluyendo algunas tensiones ínsitas a la propia legalidad democrática, y las maneras y grados en que puede o no existir un estado democrático de derecho.
7. Sin embargo, a esa altura del análisis observo que las cuatro dimensiones del estado que propongo son insuficientes para su adecuada conceptualización. En el capítulo VI sostengo que otra perspectiva necesaria es el examen de las diversas caras que ofrece el estado, con especial atención a las que a menudo muestra a los sectores pobres, excluidos y/o discriminados de la población; estos aspectos afectan directamente la calidad y, en el límite, la existencia misma de la democracia. En este capítulo también discuto algunas caras profundamente ambivalentes del estado que resultan de la burocracia, del capitalismo y de la globalización, especial pero no exclusivamente en países socialmente muy heterogéneos.
8. Lo anterior está estrechamente ligado a mi discusión en el capítulo VII de la experiencia personal de vivir bajo un estado terrorista y, en sentido contrario, de las redes dialógicas compatibles con la agencia humana y la crucial contribución que un contexto social democrático provee para la práctica y florecimiento de esas redes. Agrego que estas prácticas son cruciales para aventar un riesgo que es sin embargo permanente: reificar el estado y sus gobiernos, olvidando el verdadero origen y justificación del poder y la autoridad que ejercen.
9. A esta altura del libro sentí que tenía que proveer algún contexto comparativo a diversas observaciones que había hecho hasta entonces. Es por eso que en el capítulo VIII presento un rápido vistazo a algunos antecedentes históricos y a la presente situación política de América Latina. Pero, tal como advertí arriba, este vistazo contextualizante no intenta sustituir los trabajos empíricos y comparativos que sobre estos temas varios académicos han emprendido, y a los que espero contribuir con un futuro libro.
10. Un corolario de lo anterior es que, si los ciudadanos/as son agentes, el tema de las opciones disponibles para habilitar el ejercicio de su agencia es cuestión directamente relevante para la teoría de la democracia, no sólo para otras ciencias sociales o teorías exclusivamente normativas. Encuentro una importante convergencia al discutir este asunto en el capítulo VIII: la de una similar concepción de la agencia entre la democracia (como la conceptualizo aquí) y las principales corrientes de derechos humanos y dedesarrollo humano, aunque las respectivas visiones no se superponen por completo. Desde esta perspectiva discuto procesos que pueden ser relevantes para ampliar las opciones que habilitan el ejercicio de la agencia.
11. Los tres capítulos anteriores me llevan, en el capítulo IX, al complejo tema de los conflictos y posibles adaptaciones entre, por un lado, la ciudadanía y una concepción universalista de la agencia y, por el otro, el alto y cada vez mayor pluralismo del mundo actual, y las consiguientes expectativas de reconocimiento de diversas identidades. Comienzo por comentar la bienvenida variedad de democracias que están surgiendo, pero en varios temas de multiculturalismo y pluralismo legal me encuentro imposibilitado de ofrecer soluciones terminantes. Allí, aunque con algunas salvedades, concluyo in dubio pro agencia, sin ignorar los marcados desacuerdos existentes sobre éste y temas relacionados.
12. A lo largo de estos capítulos cuestiono un supuesto implícito de diversos estudios sobre la democracia centrados en el régimen. Seguramente reflejando la situación de los países del Noroeste, un supuesto de esos estudios es que los respectivos países tienen un alto grado de homogeneidad interna. Esto significa presuponer que si el régimen nacional es democrático, entonces los regímenes subnacionales también lo son, y que la legalidad del estado se extiende sobre todas las regiones y relaciones sociales; argumento que estos supuestos son insostenibles para muchas de las democracias hoy existentes y que este hecho debe ser tomado en cuenta empíricamente y debidamente teorizado.
13. En las Conclusiones, luego de recordar el camino que hemos atravesado, detallo las razones (algunas recogidas de la literatura existente y otras derivadas de los análisis de este libro) por las que la democracia, incluso las democracias que presentan serias falencias, es preferible a cualquier otro tipo de dominación política. Recalco también la necesidad de reconocer, teorizar e investigar el hecho que la democracia, el régimen y el estado están relacionados de maneras que en algunos aspectos importantes crean irresolubles tensiones; pero también sostengo que, a pesar de las complicaciones prácticas y teóricas que plantean, esas tensiones deben ser celebradas, ya que subyacen a la particular apertura histórica que diferencia a la democracia de todos los otros tipos de dominación política.
Como ya comenté, a lo largo de este trabajo hay un hilo conductor. Es que incluso en el aspecto parcial de la democracia implicado por un régimen democrático y su ciudadanía política, debemos ser concientes de la inmensa importancia moral y política del reconocimiento de los ciudadanos y ciudadanas como agentes legalmente habilitados y respaldados. Esto es producto de una larga y conflictiva historia que se ha combinado con múltiples factores a través del tiempo, las regiones y las culturas. Este libro no contiene respuestas a algunos de los temas resultantes de tanta variedad, pero me gustaría creer que brinda una útil perspectiva para su posterior examen empírico y comparativo. Ese examen debería basarse en el hecho crucial de que, en y con democracia, hay que entender que el poder y la autoridad ejercidos en y por un estado y sus gobiernos surgen de ciudadanos-agentes; los corolarios y concomitantes de esto permean la discusión de los temas que trato en este libro: el régimen y los derechos políticos ligados a éste; las diversas dimensiones del estado y su unidad subyacente (aunque no obvia); los diversos referentes y caras del estado; las opciones y redes dialógicas requeridas para la efectividad de la agencia; las relaciones inherentemente conflictivas entre las igualdades de la ciudadanía política y civil, por un lado, y por el otro las desigualdades continuamente generadas por, especialmente, las burocracias y el capitalismo; y los pluralismos que la propia agencia implica y genera.
Luego de esas incursiones, en las Conclusiones regreso a la agencia como fundamento del significado empírico y normativo de la democracia. A lo largo del camino fui impulsado fuera de mi disciplina, la ciencia política, hacia temas discutidos por ricas y complejas literaturas que me ha beneficiado enormemente estudiar. He utilizado y citado selectivamente esas literaturas, guiado por los intereses que aquí me inspiran; espero que sus respectivos autores me disculpen por no discutirlos en detalle, algo que estaba fuera del alcance de este libro y, confieso, en algunos temas más allá de mis aptitudes como viajero fascinado pero no especialista en los terrenos que ellos cultivan.
IV.
He cargado mentalmente este libro durante aproximadamente diez años. Me aproximé a algunos de sus temas en libros que co-organicé, en mis contribuciones personales a ellos 12 y en artículos publicados en diversos medios, que recopilé en los volúmenes ya citados. Me gustaría creer que estos escritos tienen entidad por sí mismos, pero también los consideré como maneras de acercarme a los temas del presente libro. A lo largo de este viaje me he beneficiado enormemente de discusiones e intercambios con muchos amigos y colegas en lugares e instituciones entre los que se encuentran la Universidad de Notre Dame y su Kellogg Institute, el Center for Advanced Behavioral Studies in the Social Sciences, las Universidades de Cambridge y Oxford, y recientemente la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín, Argentina. No intentaré aquí enumerar las muchas personas con las que tengo una significativa deuda intelectual en esas instituciones, así como otras con quienes me encontré en diversas reuniones y seminarios, pero espero que muchos de ellos sepan de mi agradecimiento. No obstante, las contribuciones y aliento de algunos colegas en el impulso final para la finalización de este libro fueron tan importantes que sería extremadamente injusto omitirlos aquí; me refiero a Scott Mainwaring y Timothy Scully C.S.C. de Notre Dame y el Kellogg Institute, Laurence Whitehead de la Universidad de Oxford, y a través de diversos encuentros aquí y allá, Ernesto Garzón Valdés. Agradezco asimismo los detallados comentarios que hicieron Marcelo Cavarozzi y María Matilde Ollier de la Universidad Nacional de San Martín y, por cierto, los muy penetrantes y detallados comentarios de Carlos Strasser de FLACSO Argentina. Pero por supuesto no espero que estos excelentes colegas coincidan con todos los aspectos del presente libro.
Y, sobre todo, hay una persona a la que quiero mencionar muy especialmente: mi querida esposa, compañera, colega y crítica, Gabriela Ippolito-O’Donnell. Ella me ha brindado invalorable apoyo e inspiración durante el largo tiempo y los muchos viajes -físicos e intelectuales- que me llevó escribir este libro. Es a ella a quien lo dedico con todo amor.
*) Advertencia. Las obras originalmente publicadas en idiomas extranjeros las cito por la fecha y título de la publicación original. Sin embargo, cuando hay traducciones al castellano indico las mismas con la leyenda “Hay edición en castellano, ver Obras Citadas”; pero cuando cito más de una vez algunas de esas obras, para evitar enojosas repeticiones en lugar de esa leyenda coloco el símbolo (*). Por esta tarea, así como por la revisión general de este texto y la traducción de algunos textos originalmente publicados en inglés, agradezco la muy valiosa colaboración de Jimena Rubio.
1 Ver Apter 1967 (hay edición en castellano, ver Obras Citadas) y 1971.
2 Linz 1964
3 Publicado en Stepan 1971 (hay edición en castellano, ver Obras Citadas).
4 Lo publiqué por primera vez en Argentina en 1982, luego de haberlo prácticamente terminado varios años antes, pero no pude publicarlo entonces debido a las condiciones altamente represivas prevalecientes hasta entonces en la Argentina. ver sobre esto el capítulo VII. Este libro acaba de ser reeditado por Prometeo Libros 2009; en el Epílogo de esta edición narro las vicisitudes que el mismo y Modernización sufrieron debido a esas condiciones.
5 Este trabajo inicial se reflejó más tarde en el volumen que coedité con Philippe Schmitter y Laurence Whitehead sobre Transiciones desde un Gobierno Autoritario (Buenos Aires: Editorial Paidós, 1989), y en el volumen IV de este trabajo (Conclusiones Tentativas sobre las Democracias Inciertas), del que soy coautor junto con Schmitter. Algunos de mis escritos de esa época, incluido el documento que originariamente escribí para ese proyecto, fueron recopilados en Contrapuntos (O’Donnell 1997a). Otra colección, de estudios aún más antiguos, divulgados inicialmente casi como samizdats durante el período 1976-79, ha sido publicada por Prometeo Libros, bajo el indicativo título de Catacumbas (O'Donnell 2009).
6 Recopilé algunos de estos trabajos en Disonancias, O’Donnell 2007a, también Prometeo Libros.
7 Para otras discusiones relevantes ver Newey 2001 y Collier et al. 2006.
8 Un paso adelante en las necesarias clarificaciones conceptuales es el creciente reconocimiento de un subtipo, no de democracia sino de autoritarismo, los “autoritarismos electorales” discutidos en el trabajo pionero de Karl 1986, y en los recientes de Diamond 2002, Levitsky y Way 2002 y Schedler 2006, así como la discusión de democraduras en Whitehead 2002.
9 Este autor discute definiciones del derecho, pero bien podría también haberse referido a la democracia.
10 Con considerable licencia, utilizo este término como abreviación estilizada para referirme a los países de temprana democratización ubicados en el cuadrante noroccidental del mundo, excluyendo los del sur de Europa, que siguieron caminos históricos diferentes de los de la mayor parte de sus vecinos del Norte. Un caso complicado es Estados Unidos, con sus considerables diferencias históricas y actuales en relación con la mayoría de los países europeos; así, luego de algunas dudas decidí incluir a Estados Unidos en el conjunto que estoy intentando delimitar, pero agregando en el capítulo IV algunos comentarios y calificaciones. Además, aunque considero que el nivel de generalización con el que me refiero a “países del Noroeste” está por lo general justificado, cuando existen diferencias significativas entre ellos, especialmente en relación a Alemania, también las comento en el capítulo IV.
11 Presenté este argumento por primera vez en “Acerca del estado, la democratización y algunos problemas conceptuales. Una perspectiva latinoamericana con referencia a países poscomunistas”en Desarrollo Económico, 1993, 33 n.130 (reimpreso como capítulo IX de Contrapuntos, Editorial Paidós, 1997), basado en una crítica de teorías que considero estrechamente centradas en el régimen democrático. Algunos valiosos trabajos discuten las relaciones entre la democracia y el estado aunque, como espero deje claro el presente libro, tenemos mucho trabajo por delante. Ver especialmente Alford y Friedland 1985 (hay edición en castellano, ver Obras Citadas), Cavarozzi 1996, Diamond 1999, Fishman 1990, Garretón 1994, González y King 2004, Gunther et al. 2007, Linz y Stepan 1996, Iazzetta 2006, Mainwaring 2006, Mariani 2008, Nun 2000 y Oszlak 2007.
12 En Tokman y O’Donnell, Pobreza y Desigualdad en América Latina. Temas y Nuevos Desafíos (Buenos Aires: Editorial Paidós, 1999), Méndez, O’Donnell y Pinheiro, La (In)efectividad de la Ley y la Exclusión en América Latina (Buenos Aires: Editorial Paidós, 2002) y O’Donnell, Iazzetta y Vargas Cullel, Democracia, Desarrollo Humano y Ciudadanía. Reflexiones sobre la calidad de la democracia en América Latina (Rosario: Homo Sapiens, 2003).
terça-feira, 18 de janeiro de 2011
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